La IA es una de las tecnologías más transformadoras de los últimos años. Su uso ha transcendido del sector empresarial y se ha extendido a toda la sociedad en general, abarcando a todo tipo de perfiles y edades, y para todo tipo de tareas. Desde automatizar procesos y maximizar la productividad, hasta para escribir un email, generar una imagen, buscar información o preparar una presentación.
Su auge y popularización también ha disparado la preocupación por las repercusiones medioambientales de su cada vez más creciente utilización. Y es que sus ventajas son indudables a la hora de permitir a los profesionales enfocarse a tareas de valor, pero también es fundamental hacer un uso sostenible y responsable de esta tecnología, pensando en el futuro del planeta.
Alto consumo de energía y agua y de emisión de Co2
El uso de la inteligencia artificial (IA) generativa tiene un impacto ambiental significativo debido al consumo de energía y agua en los centros de datos que soportan estas tecnologías. Según un estudio reciente de Capgemini, se prevé que la demanda global de electricidad para los centros de datos se incremente más del doble en 2026, pasando de los 460 TWh en 2022 a los 1.000 TWh en 2026, impulsada precisamente por la IA generativa. Como dato, resaltar que solo la formación de un modelo GPT- 4 consume entre 51.772 y 62.319 MWh, lo que equivale al consumo anual de 5.000 hogares estadounidenses.
Además del consumo de energía, también hay que tener en cuenta el de agua que genera. Un centro de datos de tamaño medio puede llegar a consumir hasta 1,1 millones de litros al día para su refrigeración y las previsiones indican que la demanda mundial de IA supondrá la extracción de 4.200 a 6.000 millones de metros cúbicos de agua en 2027. A esto hay que sumar el agua consumida en la fabricación de microchips utilizados en IA, que ronda los 8.328 litros de agua ultra pura por unidad, además de la emisión de gases de efecto invernadero. El entrenamiento de un solo modelo de IA puede generar más de 284.000 kilos de Co2, lo que equivale a las emisiones de cinco coches durante toda su vida útil. Y todo esto sin contabilizar los desechos o residuos electrónicos que se estima que podría producir, entre 1,2 y 5 millones de toneladas métricas, según las últimas previsiones, para 2030, lo que pronostica un incremento de 1.000 veces más.